"A MI MADRE DEL CIELO"

 Inefable nostalgia la que inunda mi corazón

al recordar los días que sin tu calor y savia luminosa pura y blanca,

existí apenas famélica de ti sin darme cuenta.


Quería del mundo saciarme y llené de heridas mi alma,

cuando te di la espalda pensando que ya era grande.


Cabe decirte, Madre; que no he podido explicar ni una línea

de ese amor que siempre te he de guardar, aunque envidia, indolencia y llanto; me costaban de vez en cuando la añoranza y desencanto, de saberme hija tuya.


Ingrata más que amante, de aquellas penas nocturnas

de cuando mecías mi cuna, dulce, dulce sin fatigarte.


¿Cuánto tiempo habrías de esperarme

a que una mirada genuina yo volviera para darte,

de tu incondicional presencia, de cobijo, camino, luz y oración, bastante bien enterada?


No fue sino hasta encontrarme,

de rodillas y con hambre de ese amor interminable que libaba de tu pecho,

como cuando era una niña y leías mi pensamiento.


Y es que, Madre; no pensaba, en ese entonces

mis labios solo se abrían para amarte, amándome; mi vida, de ti nutriendo.


Aquellos brazos tan suaves, pero fuertes para el esfuerzo

de ver a tu hija creciendo para que muy pronto volara.


¿Sabes?


Cada vez que te recuerdo, abrazando a mis hermanos que son muchos,

no podría contar cuántos y es entonces que descubro la eternidad en tu abrazo,

mismo que hoy me encuentro deseando.


Ya estoy vieja, Madre; y tú sigues a mi lado como cuando de niña, al caerme o herirme jugando. 

Iba corriendo a tu regazo con lágrimas surcando mi rostro me

decías: "Hija mía: ¿no estoy yo aquí que soy tu Madre?

Enjugabas las gotitas que decían: "te estoy necesitando".


Debí tener más valor, para ver que tus palabras,

eran igual de nutrientes que la leche que manaba,

desde el fondo de tu pecho, desde el fondo de tu alma

porque hoy sé que cuando se ama, nos damos enteras, como tú te dabas.


Pero no lo hice antes, Madre; porque me embriagué de mundo.

Me confié de que gateaba y cuando menos esperaba quise entrar a la carrera de lucir como buena madre, poderosa e incansable,

comprando del mundo las exigencias de manera incuestionable.


¡Pobre de mí, Dulce Madre!, que abandoné yo tus huellas para comprar las de aquellas, que ni mujeres, ni hijas, ni madres, quieren ser;

mientras persiguen los rastros de una inefable y falsa idea del amor, del cielo ¡y de

que vale!


¡Sí!, ¡Me arrepiento! y con creces, de haber recorrido el camino, de la que todo lo quiere en el momento preciso,

de abandonar tus ejemplos; grandes virtuosos, continuos.


¡Ya me equivoqué bastante!


¡Ya en mis rodillas no cabe, ni una herida más; Mi Madre!

Por eso vuelvo contigo, a decirte que me faltas, que sin ti, ¡me muero!; no vivo.


Y no me refiero al pellejo, que sobrevive unos años lejos de tu cobijo;

me refiero al alma que imita, la belleza de tu origen;

sea que no entienda, o no pueda de momento ser con mis hijos, tal como fuiste

conmigo.


¡Quiero pedirte un abrazo!, que beber de ti no puedo.


Ya estoy vieja, Madre; mis hijos, podrían estarme escribiendo y Dios dándome el último aliento, porque quiero ir a Su encuentro.                                                 


            Autora: Blanca Moreno Valdez, Guadalajara, Jalisco, 2019.